2.
Relámpago y Aurora

Es casi mediodía, pero no lo parece. La pesadez de acero del cielo se detuvo en una eterna madrugada donde el alba jamás despuntó.

Un silencio respetuoso que solamente quiebra el mullido ronroneo del viento neblinoso jugando entre las hojas de los cipreses envuelve a la muchedumbre que, tras los bruñidos portones, aguarda la llegada del cortejo fúnebre.

Como negros escarabajos trepando por el borde de un mantel, de a poco la comitiva va dejándose ver subiendo por el zigzagueante camino que concluye a la entrada del predio. A su paso, la muchedumbre se abre y despeja el camino.

Con un leve chirrido, los portones del Mausoleo de los Héroes Argentinos se abren. El cortejo fúnebre ingresa. A su alrededor se dejan oir aplausos y sollozos.

Los portones permanecen abiertos. La muchedumbre, en silencio, aguarda.

—¿Cuántos? ¿34? ¿Estás seguro?—, preguntó Sáenz, uno de los ingenieros a cargo del área de Nuevos Desarrollo Aeronáuticos. Frente a él, mirando una pantalla de fósforo verde, un operador con los auriculares colgados del cuello señalaba con un dedo punto tras punto de los que aparecían en el visor. A su lado, una operadora plegaba y desplegaba un formulario continuo, cotejando la información de los papeles con la de las pantallas.

—Sí, sí, y ya lo confirmaron también los radares… son 34, y…—.

Agitados, Salvadora y Benigno entran casi corriendo, alcanzando a escuchar las últimas palabras que decía el operador.

—…cargados con ametralladoras, por lo menos—.

—No lo puedo creer…—.

—¡Ingeniero, qué pasa! ¿Qué es esto?—, gritó Salvadora, mirando alternativamente a Benigno, a los operadores, y al ingeniero, que ahora, quitándose los anteojos, se enjugaba la frente.

—34 aviones de la Marina, Salvadora.

—No puede ser… de estos hijos de puta esperaba cualquier cosa, pero esto…—, decía Benigno, más para sí que para los demás.

Salvadora da media vuelta y sale corriendo mientras se ajusta las correas del mameluco.

—No queda otra, entonces…—, murmura Benigno, y sale corriendo tras Salvadora.

La carrera de ambos retumba con un eco metálico por todo el hangar.

El último auto de la comitiva se detiene.

Baja el Ministro de Defensa y con ademán castrense saluda a la multitud al tiempo que los invita a pasar. Muy ordenadamente, la muchedumbre empieza a ingresar al Mausoleo.

El Ministro indica luego a la comitiva que siga avanzando, que él va a seguir a pie, con la gente. La caravana de bólidos negros aminora su marcha, para avanzar al mismo ritmo que los que van a pie, y al cabo de algunos minutos llegan al centro del Mausoleo.

Desde allí pueden verse, recortadas en el horizonte, las estatuas de San Martín y de Belgrano, ambas de casi 200 metros de altura contando desde el suelo hasta la punta de sus sables extendidos al cielo. Más atrás, la bruma y la llovizna volvían fantasmal la imagen de Eva, con los brazos extendidos y las manos abiertas en eterna invitación a formar parte del sueño. Pero allí, en el centro del predio, una construcción cubierta por un lienzo que flameaba débilmente se elevaba aún más imponente que las otras figuras. Era un enorme fantasma gris agitado por el viento, rodeado de un mar negro.

Nadie decía una palabra.

El roce de la llovizna, a veces, tapaba el sonido de algún sollozo.

Benigno sube la escalerilla, se acomoda en la cabina de Relámpago y enciende el instrumental. Luces destellantes en el tablero y algunos pitidos electrónicos van sucediéndose en progresión lógica hasta que se activan los motores, que pasan en segundos del ronroneo al rugido.

Por el rabillo del ojo puede ver, casi adivinar, que Salvadora, al mando de Aurora, ya encaraba la pista dejando tras ella a un grupo de ingenieros y operarios que, sosteniendo papeles y carpetas, la veían alejarse.

—Son 32 Gloster Meteor—, oyó que decía la voz del ingeniero por su intercomunicador. Sin responder, Beningno maniobró hasta ubicar la nariz del avión en la pista, donde ya Aurora había empezado a carretear.
—¿No eran 34?—, pregunta mientras chequea el instrumental.
—Pudieron bajar a 2, pero el resto ya está enfilando para Casa de Gobierno. Ya te cargué las proyecciones. Según el radar, están divididos en 2 grupos, uno viene de Morón, el otro…—

La nave encara la pista.

Cuando empezó a carretear, Aurora ya era un puntito en el cielo.

El Presidente carraspea un par de veces, más que por nerviosismo o para aclararse la garganta, para romper el silencio de alguna manera antes de hablar. A su derecha, el Ministro de Defensa. Un poco más atrás, el resto de los ministros. Y todo alrededor, el pueblo enlutado.

Un asistente del Presidente le acerca un paraguas, que este rechaza.

Hay un breve acople luego de los carraspeos. Toma aire. Empeza a hablar.

«¿Cuántos héroes más tendremos que enterrar? ¿Cuánto más hemos de llorar a nuestros caídos? ¿Cuántas páginas más vamos a escribir con la sangre de nuestra gente? Me digo a mí mismo: ojalá que esta haya sido la última. Ojalá que no haya otra. Ojalá que no tengamos que llorar más a nuestros hermanos y hermanas. Quisiera decir eso y que nada de aquello vuelva a pasar. Pero es mi deber, mi obligación, mi carga, mi pena, decirles: la historia de la libertad siempre sumará páginas que se escribirán con la sangre de los que asumen el compromiso de pelear, de ser protagonistas en la construcción colectiva de nuestra independencia. Porque así como grandes son nuestros sueños, grande también es nuestro enemigo».

La pertinaz y leve llovizna parece flotar por encima del gentío en fantasmales jirones, como si fueran lo que quedaba de las velas de un navío encallado en un bosque sombrío.

«Nuestro enemigo, el enemigo más cruel, el que más daño hace… es uno de nosotros. Es el hermano que crece a nuestro lado, que nos abraza, con el que compartimos nuestra mesa y nuestro pan… y en algún momento nos apuñala por la espalda. Por eso, digo con tristeza pero también con convicción, que este libro hoy suma otra página, donde se inscriben dos nuevos nombres. Y no tengo dudas de que sumará muchos más: los que sean necesarios para que nuestro sueño de una patria justa, libre y soberana sea, algún día, realidad».

—¿Sabés que acabamos de romper el record?—, pregunta Benigno.

—Bueno… ¿cómo es que dijo Don José? “Tendrán algo más de qué admirarnos, estos pícaros”, algo así—.

Benigno y Salvadora, además de hablarse por los intercomunicadores, cada tanto se miran de cabina a cabina. Con el sol destellando en blanco radiante sobre ellos, y con encrespadas nubes por debajo, el gris bruñido del metal sin pintar de sus naves también destella, plomizo e hiriente, color resolana, mientras chequean en el instrumental que durante 6 minutos se desplazaron por encima de Mach 6. Tras ellos, una estela blanca que solamente ellos podían ver.

Algunos indicadores en sus tableros empiezan a titilar.

—Estamos casi encima. ¿Los ves? Si no rompíamos el Mach 6 iba a ser tarde—, dice Salvadora.

—Sí… Tenemos segundos antes de que las dos formaciones confluyan… Me dan pena: no saben la que les va a caer encima—, dice Benigno.

—Les vamos a caer encima como una maldición—, dice Salvadora, con la voz llena de una furia que el sonido pobre del intercomunicador no puede ocultar.

El instrumental marca la posición de los Gloster con parpadeos urgentes.

—Sos una buena compañera, Salvadora. Estoy contento por haber compartido este camino con vos—.

Salvadora no contesta. Pero Benigno la ve levantar los deditos en V desde su cabina. Él le responde con el mismo gesto.

Ladeando la nave, Salvadora se hunde entre las nubes hasta perderse en ellas. Benigno sonríe aunque sabe que esa fue la última vez que la veía. Piensa en que Salvadora nunca fue amiga de protocolos y ceremonias, y que así, después de todo, es mejor. Es como andar liviano, cargando menos cosas.

Apuntando con la trompa a las nubes grises, se zambulle en ellas.

La luz entre los cirros le hace acordar a cuando se tapaba con las sábanas y jugaba a que estaba en una caverna, en algún planeta hostil. Todavía envuelto en esa luz gris y furtiva, se persigna. El instrumental le marca que los Gloster están armando una formación Sterling justo donde él va a aparecer con Relámpago.

—Esta sí que no se la vieron venir—, murmuró, y saliendo de las nubes, en picada, apareció justo delante de la formación más avanzada de Glosters, los que todavía no habían visto que del otro lado por entre las nubes también aparecía en picada la nave de Salvadora.

En la confusión y la desesperación nacidas del factor sorpresa, 5 Gloster estallaron en el aire alcanzados por ráfabas de ametralladora, y otros 6 en malas maniobras terminaron chocando entre ellos o estrellándose en el río.

Elevando la trompa, Benigno somete a Relámpago a presiones de varias atmósferas haciéndolo maniobrar en ángulos imposibles para cualquier otro avión, pero que su Relámpago aguanta con gallardía y aplomo.

2 Gloster que parecían querer huir en desbandada rompiendo la formación son alcanzados por Aurora, que ya presenta varios agujeros en su fuselaje, dejando tras de sí una estela de humo negro.

Los Gloster más alejados, ya repuestos de la sorpresa, comienzan a responder al fuego con fuego, especialmente 2 de ellos, que se pusieron a la cola de Aurora y no paraban de tirar.

A lo lejos, entre las explosiones y el humo negro que delataba la posición de Aurora, ya podía adivinarse el perfil de la ciudad. Pero entre ellos y Plaza de Mayo todavía había varios Gloster que no parecían querer abortar su misión. Según el instrumental, quedaban 12 todavía presentando batalla aérea. El resto, caídos o en retirada.

Con rápida mirada de reojo al instrumental, Benigno pudo ver cómo 3 puntitos azules se habían separado del resto y ya estaban casi encima de la ciudad.

«Hoy estamos aquí para honrar la memoria de la Capitana Salvadora Leal y del Capitán Benigno de los Santos, que dieron su vida doblemente. Primero, siendo los valientes que se ofrecieron como pilotos de pruebas para llevar adelante el proyecto Pulqui III, que hoy es una realidad. Y, sin ser pilotos de guerra, sin ser propiamente soldados, dieron su vida cuando decidieron ser el infranqueable muro que detendría a los miserables, a los enemigos de la libertad, del progreso, de la vida. Leal y de los Santos, a costo de su propia vida, abortaron el fallido ataque… El ataque artero, miserable, cruel, ruin… orquestado por militares de carrera, financiado por industriales enemigos de la Justicia Social, amparados por los medios que defienden los intereses de la oligarquía… Salvadora y Benigno dieron sus vidas doblemente. Son héroes, y por eso, vivirán para siempre».

Benigno había llegado a la cola del Gloster más adelantado. A su vez, tenía pegados a la suya a otros 2. El tintineo repiqueteando en las alas y en el fuselaje le indicaban que Relámpago no iba a aguantar mucho más, y que quizás él mismo estuviera próximo a convertirse en una bola de fuego atravesando el aire.

Un rápido repaso le indicó que estaba sin armamento: los misiles, todos disparados, y el cañón, al rojo vivo, por un largo rato no iba a estar operativo.

Llamó entonces a Salvadora por el intercomunicador, pero solamente la estática le respondía.

Niveló a Relámpago casi rozando el agua, ubicándose por debajo del Gloster más adelantado: no podía dejar que ese Gloster llegue a Plaza de Mayo.

Volvió a operar el intercomunicador. Se cruzó por su cabeza que quizás Aurora ya había sido derribada, pero descartó al instante este pensamiento. ¡Cómo iban a derribar a Aurora!

Hablándole a la estática del intercom, “fue un gusto, en serio”, dijo.

El Gloster ya estaba haciendo sombra en el puerto cuando Benigno, exigindo al máximo a Relámpago, lo colisionó de lleno desde abajo.

Ambos ardieron en una bola ígnea de fierros y humo que rodó hasta los galpones del dique 3.

Los otros Gloster se abrieron. Uno de ellos, tocado por algunas esquirlas, estalló antes de llegar a tierra. El otro tambaleó en el aire, su piloto perdió el control y, dando trompos, reventó en parte contra el agua y en parte contra una grúa del dique.

El último Gloster enemigo, a la altura de Retiro, enfiló para Plaza de Mayo.

A esa hora la calle estaba llena de gente.

Era como cualquier otro día en la ciudad.

Pero el increscendo de los motores hizo que la actividad se paralizara y que algunos corrieran en estampida a buscar refugio, mientras que otros, curiosos o sin consciencia del peligro inminente, se quedaban mirando el cielo. Y de entre ellos, los que estaban más cerca del río vieron ardientes y humeantes trozos de metal caer al río mientras la sinfonía de las armas crecía en su atronar.

Sobre el Luna Park, el Gloster volaba en línea recta hacia la Casa Rosada con los rieles de los misiles ya posicionados.

Acá es cuando cuentan los testigos oculares que, como si fuera un rayo, de entre las nubes apareció otro avión, o eso parecía, ya que estaba en llamas y envuelto en espesas volutas de humo negro. Este avión que parecía salido de un cuento de fantasmas, impactó de lleno sobre el Gloster, y juntos en un solo amasijo de fierros en llamas, rodaron entremezclados por la explanada del Correo Central.

De milagro nadie resultó herido de gravedad.

Y al minuto, cuando ya estaban acercándose los curiosos, un paracaídas depositó a Salvadora, ya sin vida, en la explanada norte de la Casa Rosada.

«Cada 16 de junio será recordado como el día en que Salvadora Leal y Benigno de los Santos impidieron el alzamiento de hermanos contra hermanos, dando su vida por este sueño de la patria justa, libre y soberana, sueño que gracias a Benigno y a Salvadora vamos a poder seguir soñando. Para nuestros héroes, la gloria”», concluyó el Presidente.

A un gesto de su mano, las estructuras que recubrían al monumento se descorrieron.

Contra el cielo se recortó la figura monumental de Relámpago y Aurora, los dos primeros prototipos del Pulqui III, sostenidos cada uno por una columna de humo y fuego de más de 300 metros de altura, y que en su vuelo eterno formaban una V de la Victoria. En la base, una bruñida plaqueta dorada con los nombres de ambos también tenía grabada una frase del Almirante Guillermo Brown: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”.

Ilustración: Taiel Nicolás
Lo que acabás de leer es un cuento del proyecto Argentina Potencia: Los días más felices.

Es un compilado de cuentos de ciencia ficción que reúne textos de dos autores e ilustraciones de artistas argentinos. Si querés leer más subscribite a nuestro newsletter:
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