El campeón del pueblo
Campeonato Mundial de Ajedrez de 1975.
El sueño se terminó. Fischer retuvo la corona. Y las preguntas se agolpan. ¿Era esperable que Fischer retuviera el título? Sí, dado el inconmensurable genio del estadounidense.
¿Fue justo? Aplicando el razonamiento usual del fútbol, pero que puede hacerse extensivo a cualquier orden de la vida, sí: las finales no se juegan, sino que se ganan. Fischer ganó, pero a fuerza de ser justos, más acertado sería decir que no perdió. Y sobre eso tengo algunas cosas que decir. Más allá del resultado, sí considero injusto que, como pasó aquí, el empate en puntos a lo largo de las 24 partidas pactadas, con score igualado de 12 puntos para Fischer y 12 puntos para el retador, termine favoreciendo al actual campeón que así retiene su corona, ganada brillantemente ante Boris Spassky en 1972. Termina siendo, mire usted qué ironía, un injusto paralelismo con el box… pero no me quiero adelantar.
¿Fischer es el mejor, entonces?
Hay que decir que Fischer no fue superior a su retador. E imagino que varios vecinos de Barrio Parque que salieron a colgar la de “barras y estrellas” tendrán con qué llenarse la boca los próximos días, pero solamente desde un vericueto estrambótico y poco entendible del reglamento que, por expreso pedido del norteamericano, instauró esa regla que también rige en el box y que determina que ante un empate, el campeón retiene el título.
¿Fischer no jugó en el nivel que le conocemos? Es difícil decirlo, porque en las 3 últimas partidas Fischer tuvo superioridad tanto posicional como material, pero la aguerrida defensa, no exenta de virtuosismo, de lirismo… y acá se me pone difícil no comparar con el box otra vez… pero no me quiero adelantar: Fischer, salvo en esas últimas 3 partidas en las que podría haber dado el golpe de K.O. al retador, en el resto estuvo maniatado y debió sudar la gota gorda en posiciones de doble filo, delicadas, tensas, frágiles. Y es justo decir también que en esas últimas 3 partidas quizás más que su talento, lo que jugó a su favor fuera su juventud con respecto a la del retador, que ya contaba con 50 abriles, edad en la que la mayoría de los ajedrecistas de elite, por no decir todos, encuentran como tope a su carrera torneos zonales o torneos en los que participan merced a invitaciones especiales.
¿Fue un torneo decepcionante? Para nada. Que todas las partidas hayan terminado en tablas a priori haría creer que hubo exceso de celo, de especulación, de “amarretismo”. Pero no: acá los dos dieron todo, y cuando no tuvieron más, mostraron los dientes, como guerreros que son.
¿Habrá revancha? Este cronista no cree que sea posible (no solamente por la edad del retador sino por la nueva camada de genios soviéticos que ya se avizora en el horizonte), aunque sería un evento de magnitudes globales. Desde los dorados años de José Raúl Capablanca que no había un hispanoparlante en tal instancia de definición.
Por todo lo mencionado, este encuentro adquirió ribetes de epicidad difíciles de igualar a futuro, salvo que en el próximo ciclo de candidatos el retador vuelva a coronarse como desafiante a la corona que hoy, y por 2 o 3 años más (ya lo definirá la FIDE) seguirá portando Fischer. Pero seguramente si al irascible y genial norteamericano le dieran a elegir retador, no volvería a elegir a nuestro compatriota. Queda la imagen del final, la de ambos dándose la mano luego de acordar tablas en la última partida, y algo que se secretearon y que nadie alcanzó a oír. ¿Qué se habrán dicho? Conociendo al retador, hasta podríamos adivinarlo. Y no hay mucho más para decir de Fischer.
Del que sí hay que hablar es del retador.
Ya más de 20 años habían pasado de su “casi” ascenso a la cima del boxeo internacional, cuando cayera derrotado sin atenuantes en aquel famoso combate en el Madison Square Garden ante Ike Thompson. También quedó atrás el infructuoso intento por volver a acceder a chances de campeonato mundial, y será parte de la leyenda su caída en desgracia, en los males que aquejan a los boxeadores ya en el ocaso de su carrera, como el alcoholismo y otros…
Vaya que conoció el infierno nuestro José María Gatica. Pero como en esos cuentos en donde luego de atravesar abismos se llega a la redención, encontró Gatica un camino en el ajedrez. Y es válido pensar en cuántas risitas de costado, en cuántos comentarios malintencionados habrá despertado Gatica cuando a mediados de los 60´s fue tapa otra vez en la prensa, cuando anunciaba que cuelga los guantes pero no la competencia, y que probará suerte con el juego ciencia… Hay que destacar aquí la intervención como guía, como amigo, como mentor, del maestro y actual campeón argentino Héctor Rossetto, que con la generosidad de los grandes de verdad, lejos de burlarse (como hicieron otros “maestros” que no merecen ser nombrados), le abrió las puertas del mundo de las 64 casillas.
Las risitas se acallaron cuando Gatica se alzó con el campeonato argentino de 1969, y desde allí en adelante, la meteórica y sorprendente carrera ascendente, aventura que, pese a no traducirse en el título mundial, dejó boquiabierto al mundo en general, y al mundo del ajedrez en particular.
Cuántos de los que lo siguieron en sus epopeyas en el Luna Park ahora seguían con fruición cada paso del ídolo popular por Europa, “bajando muñecos” igual que como hacía en ese otro cuadrilátero?
Quedará para el recuerdo la semifinal del Torneo de Candidatos, “el encuentro de los tigres”, contra el prácticamente imbatible Tigram Petrossian, al que, ahora sí permítanme extrapolar, paseó por el ring. Quedará su “inmortal”, en la final contra el aguerrido soviético Anatoly Karpov, donde ante cada sacrificio hacía estallar al público a niveles tales que debía intervenir la policía para restaurar el orden.
Hecho inédito en el mundo del ajedrez: gradas llenas, gritos, cánticos, colorido.
Todo eso logró José María Gatica, “el mono” para algunos pocos, “el tigre” para casi todos, en esta frenética, loca, sorprendente, impensada carrera hacia la cima del ajedrez mundial.
“De la que te salvaste, gringo”, seguramente fue lo que le dijo. Y la expresión de desahogo del norteamericano, la expresión de alivio, de despertar finalmente de una pesadilla, así pareció confirmarlo.
Por eso será que las cámaras se fueron con Gatica, que como si hubiera ganado, sonreía a diestra y siniestra, saludando a todo el mundo, abrazándose con sus colaboradores, con Rossetto, y de alguna manera, con todo el país. Y también con todo el mundo, que se rindió a sus pies, admirado por esta demostración de entrega, de compromiso, de talento.
Gatica no perdió. No ganó, es verdad, pero esto que logró no se parece en nada a perder. Bien lo resumió con su habitual verborragia el subcampeón del mundo: “No tuve suerte… pero mi país sí, y eso es lo importante”.
¿Argentina tendrá alguna vez un campeón mundial de ajedrez? Eso es imposible de responder, pero sí digo con certeza: Argentina es un país donde soñar es más parecido a planificar que a fantasear. Hemos reemplazado la eterna esperanza por la firme convicción de que todo es posible si acompañamos el deseo con el trabajo. De un tiempo a esta parte, los hechos y la realidad (que es la única verdad), así nos lo demuestran.
Cierro la nota entonces con lo que me parece más justo decir: el título de Campeón del Pueblo sigue vigente.
Por eso: Salud, campeón!
Manila – Junio de 1975.